jueves, 10 de marzo de 2005

Educar a nuestros hijos en la generosidad

Por: Francisco Javier Limón León
El ambiente que hemos creado no favorece los grandes ideales, hasta el punto de que tenerlos se considere una rareza, algo así como arrancarse a decir una poesía en medio de una reunión de empresarios. De este tamaño es la descomposición del medio que estamos heredando a nuestros hijos.
Nuestros hijos están rodeados de ideales chatarra, de ilusiones mediocres, de aspiraciones superficiales. Los valores son los que señala el mercado, es decir, los aceptados socialmente: dinero, bienestar, comodidad, panoramas, pasarlo bien, darse gustos, vivir para sí mismo, tratar de sacar siempre la mejor tajada, cosas, marcas, tener, tener, tener. Por otra parte, los proyectos que los padres hacemos en torno a nuestros hijos, y a eso dedicamos todos esfuerzos educativos, también suelen ser proyectos externos: éxito, buenas calificaciones, estudiar una carrera rentable, escoger “buenos” amigos para tener una “conveniente” pareja, etc.
La palabra compromiso, vocación de servicio, ideales, sentido verdadero de la vida, amor, ser, trascender, no figuran en nuestro vocabulario usual y por lo tanto no están presentes en el ambiente familiar. Es la marca, el estilo, la moda lo que termina ahogando cualquier aspiración a ideales.
Es muy notorio cuando una familia no tiene más que una obsesión: el bienestar, la comodidad, el confort. Se gira en torno a las cosas, a los aparatos, a las marcas, a los precios, a los panoramas; los cajones, los closets, los muebles, son el corazón de la casa. La materia impregna las relaciones, se rinde culto a lo placentero, a lo inmediato.
Es urgente educar en contraste, educar para la grandeza de los hijos, para la realización del ser, para doblegar el egoísmo, para provocar que los hijos se enteren de la existencia de otros, que se sepan parte de la humanidad, despertar en ellos el sentido de pertenencia, el deseo de compartir, ayudar, servir, hacer por los demás, de manera que en su horizonte y en sus proyectos haya algo más que ellos mismos.
Se trata de enseñar a vivir desde la más tierna infancia la compasión, la ayuda, el servicio, la preocupación por los demás, la solidaridad. En una palabra, que aprendan a salir de sí mismos para que experimenten el gozo de darse a través del servicio.
El niño, por naturaleza quiere ayudar, servir, aspira a sentirse útil, a colaborar, pero las creencias de los padres inhiben el desarrollo de estas virtudes transmitiendo a los hijos falsos silogismos como: si te ven muy acomedido abusaran de ti. Nuestro papel como padres debiera ser: motivar, estimular e incentivar lo primero. De esta manera estaremos formando en la generosidad. Hay que dar oportunidades para servir, aunque los servicios que pueda prestar un niño parezcan torpes e innecesarios, o haya otros que puedan hacer lo mismo con mayor perfección y eficacia.
Cuando el corazón humano no es más que una bodega de cosas apetecibles que le han sido satisfechas, el primer dolor o el primer fracaso arrasan con todo. Quien construye su vida en torno a las cosas, no soporta la vida sin ellas.
Lograr las cosas que se desean produce una satisfacción momentánea, pero luego viene el acostumbramiento y la idea de que se tienen como un derecho adquirido. ¿Dónde están las cosas que los niños han logrado con insistencia machacona, como si la vida se les fuera si no se las dan?. A las semanas o a los meses, ahí está la casa destrozada, la muñeca sin un brazo, el carrito sin ruedas, la pelota desinflada. Los juguetes de los niños envejecen con una prisa sorprendente y tienen una vida útil fugaz.
Sería interesante hacer en casa, de vez en cuando, una exposición de las cosas inútiles que fueron deseos apasionados en un momento: muñecas, radios, autos, relojes, estuches, piezas de rompecabezas, juegos de salón, colecciones empezadas y nunca acabadas... ¿Qué sentido tiene que lo que no se usa ocupe espacio?. El espectáculo de la manía del consumo en el interior de las cajoneras, roperos y closets, no ayuda a la educación en la generosidad. Tener algo "por si alguna vez lo necesito", es otro monumento a la sociedad del consumo. Habría que ser sincero: "lo compré por vanidad, por lujo, por capricho" y no excusarse diciendo "que era una ganga, una oportunidad única, etc".
Hay un dicho inglés que expresa que la diferencia entre los juguetes de los adultos y de los niños está en el precio, es decir, los de los adultos son infinitamente más caros. Curiosamente los juguetes de los adultos no tienen un fin didáctico, son solamente para satisfacer el ego y hacer la vida más placentera.
No digo que esté mal tener lo que nos facilita la vida o lo que la hace más llevadera, si el tiempo libre que nos brinda el tener lavadora de ropa, de platos, aspiradora, tostador de pan, horno de microondas, secadora de pelo, etc. lo usáramos tan solo para estar más tiempo con nuestros viejitos, o para ayudar a los minusválidos, o para escuchar música o leer un buen libro. Si usáramos ese tiempo para conversar con nuestros hijos, para interesarnos en sus cosas, para salir a caminar al bosque y ver juntos el atardecer; entonces, tal vez entonces tendríamos tiempo para darnos cuenta de lo poco que necesitamos todos estos juguetes, y tal vez entonces podríamos gestar dentro de nosotros algunos ideales, nuestros hijos tendrían tal vez una verdadera razón para querer vivir la vida. Tal vez, y digo tal vez estaríamos logrando una sociedad más justa y estaríamos en el camino de ser mejores seres humanos.
Tal vez, solo digo tal vez.

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