lunes, 29 de enero de 2007

Carta a mis hermanos

12 de marzo de 2004.

Queridos Hermanos:

La muerte es parte normal e inevitable de la vida de todo ser humano. Eso lo sabemos todos nosotros. Sin embargo ninguno de nosotros está preparado para tratar de una manera efectiva con alguien que sabemos está cerca de la muerte. Mucho menos si se trata de nuestra propia madre. Estoy seguro de que ustedes como yo, a menudo nos sentimos impotentes o incapaces, con una enorme frustración de saber que hay muy poco que podamos hacer durante este tiempo, o con la inquietante interrogante de que si estaremos haciendo lo suficiente.

Enfrentar la muerte de una persona querida requiere de una capacidad especial para aceptar y entender la realidad. ¿Cómo enfrentar el tener que despedirnos de la mujer que nos trajo al mundo?

El tiempo es un factor muy importante en este caso. La muerte destruye la ilusión de que siempre tendremos tiempo. El final de la vida es momento de tratar de limar asperezas y de finalizar asuntos que tenemos pendientes. Usemos el tiempo que nos quede juntos para hacer y decir cosas que han quedado pendientes. Dejémosle saber a mamá cuánto ha significado ella para cada uno de nosotros, lo que hemos aprendido de ella, lo mucho que la hemos amado todo este tiempo.

Hagamos el ejercicio de recordar junto a ella los buenos momentos, los graciosos y los difíciles, hagamos el ejercicio de reconocerla en nosotros, revisemos qué es lo que nos ha heredado, cuales han sido los valores que nos quedaron tatuados en el alma y si es posible y cada uno lo desea, hagámosle saber a ella que tal o cual valor o cualidad la aprendimos de ella. Que hermosa forma de decirle adiós, ¿no les parece?

Pasemos todo el tiempo que puedan junto a ella, ya sea llorando, riendo o simplemente tomados de las manos. Acarícienla y abrácenla. No olviden que todo lo que tenemos son los instantes que se convierten en recuerdos. En estos últimos días mamá ha tenido más instantes de dicha que en muchos años, lo he podido escuchar en el tono de su voz. Hoy por la mañana, ayer, anteayer, y la semana pasada la he escuchado francamente animada, tanto que le pregunté qué es lo que le estaba pasando, me contestó: sólo necesito muchos apapachos.

Es importante saber que no existe una forma correcta o incorrecta de morir. Cada persona muere de una manera diferente, de acuerdo a sus necesidades. No todo el mundo muere en forma noble o heroica. Alguna gente muere luchando, otros se dan por vencidos. Alguien que está muriendo puede estar muy herido y puede atacar a aquellos que están cerca. Si esto último es el caso con alguno de nosotros tratemos de entender esto y de no tomarlo como personal. No sabemos que tanto mamá puede temer a la muerte, o aceptarla. Lo mejor que podemos hacer es permitirle enfrentar los momentos finales según sus propios deseos. Procurando darle lo único que ha querido siempre y que nunca aprendió a pedir, ternura, apapachos y mucho amor.

Morir será sin duda una experiencia muy diferente para cada uno de nosotros. Preparémonos para esto y tratemos de que nuestros miedos, angustias o nuestra seguridad ante la muerte no interfieran en nuestra relación con mamá. A pesar de lo difícil que seguramente será para todos verla morir poco a poco, debemos estar juntos alrededor de ella.

Seguramente los hombres y las mujeres de Fe, cuando están cerca de la muerte aún tienen esperanzas: La esperanza de que el sufrimiento va a terminar, la esperanza de que van a ser recordados, la esperanza de una vida después de la muerte. Mantengamos estas esperanzas vivas. En el último momento, lo único que tendremos para darle a mamá, será nuestra propia Fe en que así ocurrirá.

A pesar de nuestra propia historia no está de más hablar del dolor y la tristeza que se siente al perder a un ser querido, basta con recordar a Rosa el día en que Darío nos dejó para siempre, todos lo hemos vivido, pero estoy cierto que ésta será la pérdida más grande que nos toque vivir, (porque confío en que ninguno de nosotros enterraremos a nuestros hijos)por esto insisto en que el tiempo que queda nos ofrece la oportunidad de aceptar que lo que pudo haber sido ya no será, por lo que debe ser un tiempo para reconciliar, para perdonar, para despedirse, para dejar ir.

La tristeza y el dolor nos ha empezado desde el mismo momento en que nos enteramos del diagnóstico, cada uno lo está viviendo en soledad y silencio como si fuéramos hijos únicos, siento que éste debe ser un tiempo para acercarnos, interesarnos más por los demás; he platicado con Rosa y he podido escuchar una profunda tristeza, a Carlos no lo calienta el sol, a Lupita basta verle a los ojos para entender su dolor, Cristina no encuentra más tiempo para poder estar cerca de ella, Enrique no tengo idea de cómo la estará pasando, a Eduardo lo sentí aturdido y yo que presumía que estaba preparado para cualquier cosa entre en un estado depresivo que al siquiatra fui a dar, pero todos, todos lo estamos viviendo solos.

Este dolor que comenzó al enterarnos del diagnóstico continuará por mucho tiempo, aún después de que mamá se vaya. Yo les pido que hagamos una red entre nosotros, que nos tomemos el tiempo para llamarnos, para decirnos que nos amamos, que nos extrañamos, que no estamos solos. Si mamá finalmente decide y puede venirse a Torreón como es mi deseo, yo tendré la oportunidad de escucharlos a todos, pero el punto está en que todos nos escuchemos a todos.

Alguna vez leí que el duelo y la tristeza son formas de decir adiós. No cometamos el error de negarlos, tratar de evitarlos o vivirlos en soledad. A la luz de la Fe debería ser motivo de fiesta, pero el final de mamá será muy doloroso y yo no sé si mi Fe me alcance. Yo los necesito a todos. Yo quiero que estemos hoy más unidos que nunca.

Los quiero y los extraño más que siempre.

Pancho

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